Como las otras Órdenes
militares españolas, la Orden de Santiago se fundó para reconquistar España de
los moros, y su historia externa es casi enteramente una cuestión de guerras
contra los africanos, razzias, batallas y sitios.
Las fuentes de tal historia se limitan a algunas escuetas
referencias en crónicas y, por lo menos en el siglo XII, queda poco recuerdo de
tales campañas.
A pesar de que algunos autores ponen en duda, incluso su
existencia, incluimos la Batalla de Clavijo en este apartado, puesto que en el
transcurso de la misma,según la historia-tradición-leyenda, tuvo lugar la
primera aparición de Santiago Matamoros.
La Orden luchó por Fernando II contra Jerez de los Caballeros en 1171 y,
puesto que Alfonso VIII ciertamente quiso que los freiles defendiesen Toledo
contra los moros de Cuenca, es probable que participaran también en las
escaramuzas en torno a Huete en 1172.
Los freiles de la Orden en Ávila parecen haber
participado en la razzia que los abulenses hicieron contra Ecija en 1174 y que
terminó en el desastre de Caracuel, porque el sultán triunfante se refiere a
ellos en su carta a Marruecos.
Es seguro que la Orden participó en el sitio de Cuenca
cuando ésta se rindió a Alfonso VIII en 1177, por cuyo motivo el rey premió a
los freiles con heredades en la ciudad.
En 1179, el castillo santiaguista de Abrantes resistió un
ataque de los almohades.
En la primavera de 1184, el Maestre de Santiago ayudó a
Fernando II en el sitio de Cáceres, pero la ciudad no fue tomada.
Alfonso VIII tuvo más éxito cuando invadió la región en
1186, y conquistó Trujillo y Medellín con la ayuda del Maestre don Fernando
Díaz; y, hacia el mismo tiempo, parece que la Orden empezó la reconquista del
Campo de Montiel.
Estas victorias fueron facilitadas por la ausencia del
sultán Yacub, pero cuando éste volvió a Portugal en 1190, pronto recobró los
castillos que la Orden había ocupado, demolió Almada y Palmela, y guarneció
Alcácer Do Sal, mandando sus habitantes como esclavos a Marrakech.
Es evidente que los cristianos perdieron porque estaban
divididos, pues los tratados que la Orden ayudó a hacer entre los reyes de León
y Castilla en 1181, 1183 y 1188 no fructificaron en una común ofensiva contra
los moros, y cuando Yacub invadió Castilla en 1195, Alfonso VIII no recibió ninguna
ayuda de León. Sin embargo, sí le asistieron las Órdenes militares,
"soldados consagrados por votos" como los llama el-Halim, y
diecinueve freiles santiaguistas murieron en la batalla de Alarcos.
En 1196 los almohades tomaron Montánchez, Santa Cruz,
Trujillo y Plasencia, haciendo una razzia por la cuenca del Tajo hasta Toledo.
Así, la Orden perdió sus haciendas extremeñas por segunda vez. En 1197, los
almohades repitieron esta razzia, y sitiaron Uclés y Alarcón; por ello es de
suponer que la Orden tuviera muchas preocupaciones, y no pudiera gastar tropas
en la guerra entre Castilla y León, donde algunos autores han pensado que hubo
intervención de los freiles.
Debilitada por los almohades, Castilla tuvo que hacer
treguas en el otoño de 1197, y en los años siguientes estas treguas impidieron
que la Orden luchara contra los moros en Castilla, aunque parece haberles
combatido en Aragón en 1205, y reconquistado Palmela hacia 1194. Los freiles
santiaguistas, como los calatraveños, quizá pensaron en irse a Tierra Santa en
1206, puesto que no podían luchar contra los moros en Castilla. Pero, en 1211,
se volvió a la guerra: Alfonso VIII invadió el reino de Valencia, con hombres
de Uclés y otras ciudades, acaudillados sin duda por su comendador; los
almohades reaccionaron, tomando a Salvatierra, y en 1212 cristianos y moros se
encontraron en Las Navas de Tolosa.
Allí lucharon todas las Ordenes militares: el-Halim se
refiere a "los penitentes de Santa
María, llenos de su fervor pagano", y el arzobispo D. Rodrigo dice de
los santiaguistas: "Hi in partibus
Hispaniae multa opera militiae decenter egerunt".
Después de esta victoria, toda Andalucía yacía abierta a
los cristianos. Alfonso VIII tomó Baeza y Úbeda en 1212, y Dueñas, Eznavexore,
Alcaraz y Riópar en 1213, con la ayuda de los santiaguistas, a quienes regaló
el castillo de Eznavexore; pero murió en 1214, dejando a Castilla la minoría
turbulenta de su hijo, Enrique l.
Álvaro Núñez de Lara, alférez en Las Navas, se hizo
regente, y, a pesar de la enemistad del arzobispo don Rodrigo y de la princesa
doña Berenguela, encontró apoyo entre las Ordenes militares, probablemente
porque les parecería el caudillo más fuerte y más capaz para proseguir la
reconquista. Álvaro cortejó a la Orden de Santiago, se hizo uno de sus
familiares, le dio castillos, acogió al Maestre en la corte real, buscó su
consejo, y le concedió grandes heredades de realengo. A cambio, el Maestre le
apoyó en la corte, le regaló varias tierras, y cuando don Álvaro murió, mandó
enterrarle en el convento de Uclés.
En junio de 1217, el comendador de Palmela, Martín Peláez
Barragán, y los obispos de Lisboa y Evoca sitiaron el castillo de Alcácer do
Sal, y consiguieron tomarlo con la ayuda de templarios y sanjuanistas y de
algunos cruzados flamencos bajo el conde don Guillermo de Holanda.
Martín Peláez, aunque de baja estatura, luchó bien, y
mereció su premio: no sólo se dio el castillo de Alcácer a la Orden, sino que
Martín llegó a ser Maestre al año siguiente. Vivió aún solo cuatro años, siendo
muerto por los moros el 15 de octubre de 1221, después de distintas campañas en
las cuales los freiles habían acompañado a Savary de Mauleón y al arzobispo don
Rodrigo. La primera de estas campañas fue contra Cáceres, ciudad que fue
sitiada también en 1222 y 1223 por Alfonso IX y el nuevo Maestre, García
González de Candamio.
Mientras tanto, Castilla había mantenido treguas con los
moros, pero en 1224, Fernando III llamó a los Maestres de las Ordenes militares
a Toledo, y les condujo a Andalucía, donde conquistaron Quesada y otros seis
castillos; también envió al Maestre de Santiago, Fernando Pérez Chacín, contra
Víboras, donde venció a los moros y ganó mucho botín. En 1225, Fernando volvió
al sur, ganando Andújar, Martos y Baeza; y hacia fines de año, Pedro González,
comendador de Uclés, y el Maestre de Calatrava, Gonzalo Yáñez, hicieron una
razzia fructuosa contra Sevilla.
Estas razzias llamaron la atención de los cronistas, pero
interesaron a la Orden menos que la reconquista gradual del Campo de Montiel y
de la Sierra de Segura, que proseguía desde 1212. Dicho proceso, menos
espectacular, se puede conocer a través de las listas de tierras de la Orden.
Empezó en 1213, cuando Alfonso VIII tomó Eznavexore,
Alcaraz y Riópar, y dio la primera de dichas localidades a la Orden, llamándola
Santiago. En 1223, aquélla poseía ya Paterna, Gorgogí, Alcubillas y Alhambra,
y, después de un sitio en 1225-1226, conquistó Montiel en 1228 ó 1229.
Donaciones reales y particulares concedieron a la Orden el castillo de Montizón
en 1227, Torres de Albánchez en 1235, Hornos, Beas de Segura y Chiclana de
Segura en 1239, Segura de la Sierra en 1242, e Híjar, Galera y Abejuela en
1243.
Estas donaciones probablemente ocurrieron después de la
conquista de los castillos respectivos, sobre todo porque la conquista de
Quesada y Cazorla empezó en fecha tan temprana como 1231, y la repoblación del
Campo de Montiel estaba muy avanzada en 1238.
En el reino de León, la reconquista fue asunto del rey.
En 1229 Alfonso IX tomó la ciudad de Cáceres con ayuda de la Orden, y en 1230
sitiaron a Mérida. Durante el sitio, los freiles conquistaron Montánchez,
volviendo a Mérida para luchar contra el ejército sevillano en la batalla de
Alange, donde murieron veintitrés santiaguistas. En el mes de marzo, Mérida
también cayó en poder de los cristianos.
Seis meses después, Alfonso IX murió, dejando el reino a
sus hijas, Sancha y Dulce; pero Fernando III se apoderó de él, a pesar de la
oposición de algunos leoneses, e incluso de algunos santiaguistas, quienes
habían jurado defender los derechos de las princesas. Fernando tuvo que
indemnizar a sus hermanas con numerosas haciendas, incluso el castillo papal de
Castrotorafe, arrendado por el papa a la Orden; pero, como rey de León,
Fernando pudo entonces emplear tropas leonesas contra Úbeda, Córdoba y Jaén,
metas tradicionales de la reconquista castellana, mientras abandonaba a los
esfuerzos particulares de la Orden de Santiago aquellas tierras extremeñas que
su padre hubiera querido reconquistar.
La Orden no dudó en dedicarse a esta tarea: sus freiles
habían ya participado en la expedición contra Sevilla y la victoria sobre
Ibn-Hud cerca de Jerez en la primavera de 1231, y es posible que el Maestre y sus
freiles fueran los caballeros resplandecientes identificados por los moros con
Santiago y los ángeles. Es probable que los santiaguistas también lucharan en
la toma de Trujillo en 1232, en las de Santa Cruz, Medellín y Alange en 1234, y
en las de Hornachos y Magacela en 1235. Así, en el sudoeste como en el Campo de
Montiel, los freiles sostuvieron contra los moros una guerra privada que
estableció a la Orden en posiciones estratégicas y señoríos importantes.
Pero no por eso dejaron de combatir en las campañas del
rey, al que sirvieron en los sitios de Úbeda (1233), de Santisteban (1235), y
Córdoba (1236). En los años 1236-1243, en cambio, hay pocas fuentes sobre la
actuación militar de la Orden en Castilla, aunque algunos documentos se
refieren a la hueste de Hornachos, y a un sitio de Mular (quizá Mula, en
Murcia) en 1241. Sin duda los freiles ayudaron en la conquista de las muchas
ciudades andaluzas que Fernando III tomó en estos años.
En Aragón y Portugal, por otra parte, la Orden tuvo una
actuación bastante destacada. En 1236, Rodrigo Bueso, comendador de Montalbán,
acompañó a Jaime I en el sitio y toma de Burriana; y en Portugal el comendador
de Alcácer, Pelayo Pérez Correa, se destacó en la reconquista del Algarve,
ayudando sin duda en la toma de los castillos que Sancho II concedió a la
Orden: Aljustrel (1235), Mértola, Ayamonte y Alájar la Real (1239) y Tavira
(1240), aunque la versión tradicional de su conquista, repetida por la crónica
regia portuguesa es ciertamente falsa.
EL MAESTRAZGO DE DON PELAYO
PEREZ CORREA
En 1242, Pelayo Pérez llegó a ser Maestre de la Orden, y
estuvo en Toledo con el infante don Alfonso (futuro Alfonso X) el 15 de febrero
de 1243 cuando éste aceptó la sumisión del rey de Murcia. Alfonso tomó posesión
de la ciudad de Murcia el 2 de abril de 1243, y el Maestre le acompañó en la
conquista de las otras ciudades del reino, aunque parece que Pelayo visitó León
en abril y también en junio. El 25 de julio, Alfonso y Pelayo comparecieron
ante Fernando III en Toledo y permanecieron con él hasta setiembre, mes en que
volvieron al sur para reducir las fortalezas rebeldes de Mula, Lorca, Enguera y
Mogente. Estos últimos lugares habían de pertenecer al rey de Aragón según los
tratados de partición de las zonas de reconquista, y cuando Jaime I oyó que los
castellanos los habían tomado, se enfureció. Se lanzó contra Enguera y obtuvo
la rendición de Villena, Sax y Bugarra; pero Pelayo, actuando como
intermediario, le persuadió a abandonar estos pueblos, amenazándole con la
pretensión castellana sobre Játiva.
La disputa terminó pacíficamente y ambos lados premiaron
la diplomacia del Maestre con donaciones de tierras. Después de este éxito,
Pelayo fue a Coimbra, donde parece que se afilió al complot contra Sancho II;
de allí marchó al Concilio de Lyón, donde se decidió remplazar a Sancho por su
hermano Alfonso, y cuando éste llegó a Portugal, le acogió el comendador de
Mértola, Gonzalo Pérez.
En los primeros meses de 1246, Pelayo volvió a Andalucía,
donde, por su consejo, Fernando III sitió y tomó Jaén. Allí, en la ciudad
conquistada, Fernando celebró consejo y, después de escuchar a varios vasallos,
adoptó el parecer del Maestre: ataque directo contra Sevilla. Hacia fines del
año atacaron Carmona y tomaron Alcalá de Guadaira; desde allí, Pelayo fue
mandado a razziar el Aljarafe de Sevilla, y cuando volvió al rey, se le dio
Reina y Cantillana, que Fernando había tomado por asalto, sin duda con ayuda de
sus freiles.
En las siguientes semanas los cristianos cercaron
Sevilla: el rey y la mayor parte del ejército sitiaron las murallas de la
ciudad, mientras Pelayo con 280 freiles y otros caballeros cruzó el río por
encima de Aznalfarache y sitió Triana. Allí fueron atacados constantemente por
los moros de Niebla, Gelves, Aznalfarache y Triana, pero ganaron la mayoría de
las escaramuzas, Y el Maestre incluso se extendió a sitiar una parte de la
muralla de la ciudad abandonada por el enfermo arzobispo de Santiago. Al final,
el suburbio se rindió por hambre, y la ciudad hizo igual el 23 de noviembre de
1248. La vieja capital almohade ahora se convirtió en ciudad cristiana, y la
mayoría de los habitantes musulmanes fueron expulsados, aunque luego muchos
volvieron, después de un breve exilio.
En agosto de ese mismo año de 1246, se firmó el tratado
entre el emperador Balduino II y Pelay Pérez Correa, en el que se estableció el
traslado a Constantinopla de un contingente formado por 300 caballeros de la
orden, 300 “dextrarios”, 300 caballos, 200 ballesteros y 1000 sirvientes, para
que permanecieran durante dos años en Constantinopla al servicio del emperador.
De Sevilla, el comendador de Mértola, Gonzalo Pérez,
volvió al Algarve, donde ayudó a Alfonso III a capturar Faro en 1249; y en los
años siguientes los freiles ayudaron sin duda en la reconquista de Tejada,
Morón de la Frontera, Lebrija, Jerez, Cádiz y Niebla, y aun quizá en el ataque
contra Salé de 1260, aunque de hecho ninguna fuente recuerda su actuación
militar entre 1249 y el levantamiento de los moros en 1264.
Este levantamiento había sido bien planeado: se
asesinaría a Alfonso X en Sevilla, los moros andaluces se apoderarían de los
castillos, y les ayudarían los granadinos y los benimerines que ahora dominaban
Marruecos. Esta fue la primera muestra de seria oposición a los cristianos
desde la batalla de Las Navas, e indicó que los nuevos conquistadores de África
esperaban volver a las provincias hispánicas antes dominadas por almorávides y
almohades. En Murcia, los moros tomaron Galera y Moratalla, pero la Orden se
mantuvo en Lorca, y un caballero llamado Martim Anes do Vinhal defendió el
castillo de Huéscar contra los rebeldes, además de proveer a la Orden con petos
y otras armas, y de respaldar el empréstito que el Maestre obtuvo de unos
banqueros judíos para pagar los gastos de sofocación del levantamiento.
El gran héroe de la guerra, sin embargo, fue Jaime I de
Aragón, que encontró al Maestre en Orihuela, donde intentaron apoderarse de un
convoy, pero fracasaron porque el rey se negó a atacar cuando el Maestre lo
aconsejó. Aquí, como en las escaramuzas de Alcantarilla y Orihuela, el Maestre
siempre quiso lanzarse a la batalla, mientras que el rey aragonés vaciló. Sin
embargo, ambos cooperaron bien en el sitio de Murcia, y cuando la ciudad se
rindió, el Maestre y los nobles castellanos protestaron contra la capitulación
tan generosa concedida a los rebeldes. Pero don Jaime indicó que, una vez
dentro de la ciudad, los cristianos podrían hacer todo lo que quisieran, y, en efecto,
Alfonso X envió a don Pedro Núñez, comendador mayor de Castilla, y al Maestre
del Temple a persuadir a los moros murcianos de que aceptaran condiciones más
onerosas.
Después del éxito de Murcia, Jaime I concibió la
intención de ir en cruzada a Tierra Santa, y el Maestre de Santiago, que ya
había pensado en guerras asiáticas, prometió llevar cien caballeros, aunque,
como don Jaime anotó tristemente en su autobiografía, no cumplió su palabra. No
obstante, cuando la flota aragonesa salió para Siria, el comendador de
Montalbán asistió con veinte caballeros, y, como éste fue el más grande
contingente del ejército, parece claro que la Orden cumplió su deber respecto
al rey de Aragón y a la Tierra Santa.
El Maestre no acompañó a don Jaime en esta expedición,
porque en estos años se ocupó más en la defensa de Andalucía, que se complicó
en 1272 con la disputa entre Alfonso X y su hermano el infante don Felipe,
refugiado entre sus amigos de Granada. El reino granadino fue también dividido
por la rebelión de los reyezuelos de Guadix y Málaga, y la península desunida
ofreció un blanco al imperialismo benimerín, como comprendieron muy bien el
maestre y el príncipe don Fernando, que tenían que guardar la frontera y que
intentaron reconciliar a los rebeldes con el rey.
Habían tratado de persuadir a don Felipe de que no fuera
a Granada, y cuando el rey granadino ofreció pagar 250.000 maravedíes y los
atrasos de tributo si Alfonso X dejaba de apoyar a los de Guadix y Málaga, el
Maestre aconsejó que se aceptase esto. Finalmente, cuando don Felipe pidió que
Alfonso abandonase a los reyezuelos y diese el tributo a don Felipe y a sus
amigos, el maestre aconsejó que el monarca castellano prometiese abandonar a
los reyezuelos, sin hacerlo realmente.
Alfonso X se enfureció con esto; previno a don Fernando
que nunca fiara del Maestre de Santiago, que había urdido toda la rebelión,
desobedecido al rey cuando le mandara a Murcia, y persuadido a Jaime I de no
apoyarle contra don Felipe. Estas acusaciones no pueden comprobarse ahora, pero
parecen injustas, pues aunque a don Felipe se le habían encomendado algunas
haciendas santiaguistas, atacó otras posesiones de la Orden en 1274, y el
Maestre no tenía por qué preferirle al Rey, de quien había recibido grandes
donaciones, y de quien podría esperar recibir otras en el futuro. Probablemente
el Maestre, comprendiendo el peligro africano, estaba intentando restaurar un
frente común entre los cristianos, aun a costa de un rey al que ya no se
respetaba.
La Orden había sido fundada para luchar contra los
almohades, que ahora habían desaparecido. Cuando los benimerines invadieron
Castilla en 1275, un ciclo de conquista y reconquista se cerró, y tiene sentido
que el mismo año viese también la muerte de don Pelayo Pérez Correa, quizá el
mejor Maestre de Santiago.